Sin ser mi lengua materna, me he pasado media vida trabajando en inglés. Podríamos decir que me manejo bastante bien y, sin embargo, la falta de un dominio absoluto de este idioma me ha perjudicado notablemente en no pocas ocasiones.
Recuerdo con cierto amargor las intensas discusiones técnicas que mantuve hace unos años con un tal Scott para definir la arquitectura de un sistema de gestión de competencias. No es que yo tuviera siempre razón pero, de vez en cuando, mis argumentos conseguían imponerse a su visión, demasiado académica, de los problemas que nos planteábamos en el grupo de investigación. O deberían haberlo hecho porque el hombre, al sentirse acorralado, bajaba el tono de voz, aumentaba la cadencia de sus palabras y pasaba al modo "Shakespeare" para comenzar a rebatir mis argumentos en una idioma que me resultaba casi incomprensible. Así, tras media hora sin entender la mitad de los términos que empleaba y tener que instarle a repetir continuamente su discurso, al final yo acababa cediendo y sus argumentos imponiéndose.
Con esto sólo quiero recalcar que reconozco la tremenda importancia que tiene el inglés en los tiempos actuales y justifico los enormes esfuerzos que todos los padres hacemos para que nuestros hijos adquieran un buen dominio de esta lengua.
Sin embargo, me temo que tales esfuerzos habrán sido en vano porque, en apenas unos años, la traducción automática y simultánea entre dos idiomas cualquiera será una realidad gracias a las nuevas técnicas de Inteligencia Artificial.